LA COORDINACIÓN EDITORIAL: HOJAS DE ESTILO (I)

La labor de coordinación editorial es clave para dar coherencia a una colección o a una obra de autores múltiples. Tomemos aquí la acepción “coordinación editorial” con el sentido que tiene en el mundo anglosajón, centrándola en las materias referidas al proceso de supervisión del proceso multidisciplinar que empieza con la creación de unos originales y culmina con la puesta de éstos a disposición del público (véase el post referido a “las pruebas editoriales”). La otra coordinación, la que que en el mundo anglosajón toma la acepción de “editor”, y “cura” —como cuidado o atención— en el italiano, se refiere a la labor de ideación del libro; a su esbozo; a la creación de su armazón o estructura interna, y en paralelo a su intención última, con el planteamiento de una hipótesis de trabajo que irá desarrollándose en una síntesis y que muchas veces el propio coordinador se encargará de sintetizar, como colofón de demostración o rebatimiento. A esa labor debe designársela mejor como dirección, incluso como dirección intelectual, aunque en la bibliografía encontramos muchos ejemplos de ambas acepciones sin pautas claras de delimitación funcional. Vamos a centrarnos pues en la primera, a delimitarla y a acotarla.

La coordinación editorial es una labor técnica. Exige conocimientos de ortografía técnica, de lexicografía, lexicología, ortotipografía y de procesos editoriales. Requeriría además cierto conocimiento de las herramientas informáticas que se van a utilizar tanto por los autores como por la editorial, y aunque con la entrega del material definitivo o la supervisión de las primeras pruebas suele darse por terminada su función, en ediciones cuidadosas debiera llegar hasta el archivo “máster” final (que suele ser un pdf imprimible con las características finales de tipografía, colores, resolución, marcado e imposición que la “tripa” del libro —el contenido entero de éste, de anteportada a pie de imprenta— poseerá). Hace años a ese contenido final se le denominaba “capillas”, y posteriormente se conocieron como “ozálidas”, y eran preparadas en cuadernillos de la misma medida y plegado que tendrían los de la edición por la propia imprenta antes de dar luz verde a la tirada. Como curiosidad, cada cuadernillo llevaba en la parte exterior del plegado una marca a modo de pequeño rectángulo negro que encajaba con los demás asegurando el orden correcto si formaban lo que se llamaba una escalerilla.

Todas las labores que el coordinador editorial no desarrolle de las anteriores las suplirá un técnico editorial, normalmente del equipo de corrección, aunque también puede hacerlo un técnico en artes gráficas de la imprenta encargada del trabajo.

Es obligado mencionar aquí que ese proceso supervisor debe desarrollarse en paralelo para la cubierta, algo que se suele dejar en manos del diseñador y que puede dar lugar a desagradables sorpresas cuando no ha habido la necesaria unificación entre lo que recoge ésta y lo que la portada, justo detrás, incluye. Hay que leer con detenimiento, como si fuera la primera vez que vemos ese contenido, cubierta, lomo y contraportada, y cotejarlos con la portada, y por supuesto solapas cuando estamos ante una edición en rústica que las incluye. En ediciones en tapa repetiremos nuevamente el proceso con la  sobrecubierta, también cuando exista. Nunca se es bastante meticuloso en ese proceso (sirva de recordatorio el baño de humildad que recibió un impresor del siglo XVIII ufano de haber impreso una edición de la Santa Biblia sin erratas cuando se encontró con que en la cubierta el libro venía titulado como La santa Bibia).

La parte que a un autor/coordinador suele asignarse tiene que ver sobre todo con la coherencia de los trabajos. Para ello es bueno hacerse con una sencilla herramienta de control y referencia: la hoja de estilo.

LA HOJA DE ESTILO

Vamos a ser un poco jesuitas y a comenzar diciendo lo que no es la hoja de estilo.

La hoja de estilo no es un compendio de normas de publicación.

Las normas de publicación que encontramos en casi todas las publicaciones científicas periódicas incluyen algunos requerimientos básicos que deben cumplir los originales. Algunas pueden  no ser importantes (como las que exigen la presentación en una tipografía determinada, con un cuerpo y una interlínea predefinidas), pero desde luego no estorban en una hoja de estilo, siquiera sea como sugerencia.

Otros sí son valiosos, como la necesidad de aportar traducción del título y, de haberlo, del resumen del trabajo; el acompañamiento de palabras clave; obviamente, el nombre completo del autor o autores y el cargo con que desean aparecer —y si se admite más de uno—; la especificación de las formas de contacto con el autor (al menos dos diferentes, con recomendación expresa de que una al menos sea una dirección de correo electrónico de uso habitual).

La hoja de estilo tampoco es un libro de estilo.

Si la casa editora no posee un libro de estilo propio no es necesario abundar en detalles que no sean pertinentes en lo que a la obra en particular se refiere. Si alguien ha consultado un libro de estilo (el de El País fue siempre el más socorrido) habrá comprobado que constituía una herramienta para que los periodistas citaran lugares geográficos, personajes y eventos con una coherencia que diera una buena imagen al medio.

A veces las editoriales tienen, a modo de tesauros, listados que constituyen compendios a los que se acude cuando es preciso. Si pudiéramos necesitar información en este sentido es preferible acudir a estos tesauros que escoger el criterio de un autor sobre el del resto. Si no es posible, y el material está disponible desde un principio, lo suyo sería preferir el de la mayoría, y si es otro que sea de forma razonada.

Bien, y sabemos lo que no es una hoja de estilo. La semana próxima abundaremos en esto profundizando un poco más.

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