USTED USA EPÓNIMOS. AUNQUE NO LO SEPA (II: ALGUNOS DE LOS MUCHOS QUE EXISTEN)

En el pasado post vimos cuáles eran las causas y los mecanismos de creación de los epónimos, los sustantivos comunes derivados de otros propios. Pusimos algunos ejemplos para contextualizar el tema, y pretendimos siquiera atisbar la enorme importancia de este curioso mecanismo de creación del lenguaje, del que sin duda no se ha hablado suficientemente. Vamos hoy a explayarnos un poco dando ejemplos que evitan deliberadamente los nombres propios de persona, para mostrar lo común que ha sido la referencia de nombre propio en las cosas más comunes de nuestro día a día.

EL TIEMPO Y SU MEDIDA

Las horas, los días, los meses y los años han tenido históricamente nombre. El propio término calendario es un epónimo, pues proviene de Calenda, que es el nombre que se daba por los romanos al primer día de cada mes lunar, aunque es bien cierto que la etimología de esa palabra lo hace derivar a su vez de un verbo, calare, que significa “llamar”, pues era el día en que los cobradores pasaban por las casas de sus deudores a cobrar. En sí, también mes es un epónimo, pues proviene del término latino mensis, que hace referencia a la Luna, porque el primer calendario usado en Europa fue lunar, y no solar, como ahora.

Nuestro calendario proviene básicamente del romano, y en él muchos meses se dedicaron a divinidades, como Ianuro (enero), dedicado a Jano, o Mars (marzo), mes que se consideraba el primero del año y que por ello se dedicaba al dios de la guerra, Marte, pues suponía el inicio de las campañas militares. Parece que también mayo estaba dedicado a una divinidad relacionada con la vegetación, Maya. Otros eran nombrados por su orden desde marzo, y el que fuera Quintilis se dedicó a su muerte a Julio (César), y el siguiente, Sextilis, al divino Augusto (agosto), el primer emperador.

Februarius (febrero) estaba dedicado a Plutón, dios de los infiernos, y durante este mes —que por ello era el más corto y nefasto (o sea, donde no se celebraban fastos)— se encendían velas junto a los sepulcros para aplacar a los muertos. Por eso es más plausible derivar su nombre de februo, verbo que significa purgar o purificar, que considerarlo sencillamente un sinónimo de Plutón.

Lo mismo sucede con los días de la semana. Van seguidamente los nombres con sus referentes:

Lunes: Luna (otro nombre de la diosa Diana).

Martes: Marte.

Miércoles: Mercurio.

Jueves: Júpiter.

Viernes: Venus.

Sábado: Saturno.

Domingo: en principio dedicado a Apolo, fue denominado dies solis. El cristianismo lo dedicó al culto, por lo que derivó a dies domenica, “día del señor”.

LA MITOLOGÍA HA SERVIDO PARA CASI TODO

Ya dijimos que la mitología ha sido fuente generosa de epónimos. Griegos y romanos nos trasladaron un terrenal mundo divino de dioses y héroes sujetos a pulsiones muy humanas, y a su inevitable condición.

Sabemos que un adonis es un hombre bello, y Adonis lo fue tanto que enamoró a dos diosas, Afrodita y Perséfone, que se prendaron de él cuando era apenas un bebé (¡!). Se dice también que la madre de Adonis era Mirra, que fue convertida en árbol de mirra (otro epónimo, que le pone contexto a eso que trajeron los reyes magos y nunca supimos exactamente qué era) para escapar de su propio padre cuando descubrió que la hija había yacido con él por la noche hasta quedar encinta… En fin, cosas de los mitos.

Estar hecho un titán no incluye un epónimo porque, aunque el mecanismo de creación es el ya aludido, en este caso hace referencia a los titanes, los seres gigantescos y siniestros que pretendieron asaltar el propio Olimpo, atacando a Zeus en su propia casa; tampoco otros como las sirenas que atraían a los navegantes a bajíos rocosos o las lesbianas que formaban una nación de guerreras temibles que habitaban Lesbos, pero sí vale para otros seres determinados, como Medusa, que nombró el orden animal al que tanto tememos cerca de las playas, y que rememora con sus largos tentáculos una frondosa y letal cabellera, o Cerbero, el can Cerbero, guardián de la puerta de acceso al mundo de los muertos y que luego se ha usado para denominar al guardián de una puerta, y con mucho éxito para los guardametas de fútbol.

Odiseo es el otro nombre de Ulises. Su peripecia tras el fin de la guerra de Troya, titulada la Odisea y atribuida al mítico Homero, es un tal cúmulo de peripecias que justificó la atribución de la aventura por metonimia. Metonimia que se usa también en el caso de Anfitrión, personaje mítico que actualizó Molière en una obra de teatro.

Tenemos un buen ejemplo de que el neologismo tiene un aliado en la mitología en el término hermafrodita, que se creó al fusionar Hermes y Afrodita para significar la conjunción de los caracteres masculinos y femeninos y que puede que sea el primer torpe intento de categorizar la intersexualidad, sobre la que cada vez se sabe más y que nos abre el abanico de lo que siempre vimos como una dualidad inamovible y que se ve ahora lleno de matices y cuajado de parcelas desconocidas.

De la misma manera se produjo la identificación de la cualidad del opiáceo que inducía al sueño con Morfeo cuando su descubridor, Friedrich Wilhelm Adam Sertürner, lo denominó morfina, aunque más que transportar al lugar donde Morfeo reina en realidad esa droga lo que consigue es deprimir el sistema nervioso central, evitando al paciente el sufrimiento del dolor físico. Más abajo nos extendemos en términos científicos, pues la ciencia es campo abonado para la generación de epónimos.

LO QUE LOS LUGARES HAN INSPIRADO

Aunque a veces no hayamos caído en la cuenta, un montón de palabras delatan su origen toponímico. En ocasiones tienen que ver con la diversión popular, que como contraposición al teatro, la ópera o la música orquestal no necesitan de un autor concreto. De ahí tenemos el charlestón, las habaneras o las sevillanas, por ejemplo. A veces los viajeros nombraban así a algo peculiar que encontraban en una ciudad, como sucedió con las berlinas en Berlín o las labores de artesanía del cuero en Marruecos, que se llamaron de marroquinería. Otras un lugar concreto evocaba, como cuando empezó a decirse que algo valía un potosí, en referencia a la montaña boliviana que al parecer era básicamente un gran bloque de plata que fue explotado durante siglos antes de agotarse.

Solo en algunas ocasiones se hizo como homenaje a un lugar concreto, como sucedió en el caso del agua de colonia, así llamada por su creador, el famoso perfumista italiano Juan María Farina, que se había trasladado a la ciudad alemana desde su Italia natal a principios del siglo XVIII para triunfar allí con una forma nueva de aportar olores frescos muy alejada de la que usaban los perfumistas franceses de la época.


El próximo día detallaremos muchos casos de personas que, por razones nobles o innobles, han pasado a la posteridad por sus hechos o sus palabras, y han originado epónimos.

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